Galope olímpico
Entre las impresionantes escenas de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París, hay una que hizo contener la respiración a más de un espectador: atravesando la noche oscura en un caballo mecánico luminoso, una jineta futurista, enarbolando el estandarte olímpico, parecía galopar ingrávida sobre las olas del Sena.
La capacidad del director Thomas Jolly para convocar la imaginación en torno al caballo no es insignificante: qué mejor manera de llevar el precioso estandarte con sus cinco anillos, símbolo de la unión de los cinco continentes, y de transmitir un mensaje de paz y solidaridad, que aquella de representar un recorrido a caballo, una especie de búsqueda onírica de una jineta, mitad Juana de Arco mitad heroína de un videojuego futurista. Este cuadro tiene el mérito de renovar con mucha gracia y poesía el estilo de ese momento tan protocolario de la llegada de la bandera olímpica al lugar de los juegos. El símbolismo también juega a otro nivel: el caballo tiene y mantiene su puesto en la aventura olímpica...
El caballo en sí, fabricado con elementos de aluminio, mide 1m80. Sus líneas limpias y relucientes revelan con el mismo impulso la anatomía y su mecanismo de orfebrería. Los diseñadores de Nantes se inspiraron en el trabajo de cronofotografía según Muybridge o Marey para reproducir los movimientos del galope y animar las patas. Recurrieron a muchos gremios como caldereros, mecánicos, ingenieros, diseñadores, arquitectos, etc.
Ahora se puede ver al animal, hasta el 8 de septiembre, en el patio del Ayuntamiento, parado como una bailarina de Degas congelada en su postura de reposo. Luego se dirigirá a otro lugar de París donde, esperamos, podremos verlo en movimiento.
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