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El futuro del caballo

Desde hace tiempo no se escuchan los sonidos del maltrato del caballo en las calles de las ciudades. Es difícil imaginar hoy en día que el transporte se hacía en diligencias que circulaban a un promedio de trote regular a 10 kilómetros por hora, o en coches de correo que alcanzaban al galope 18 kilómetros por hora. La llegada del “caballo de hierro”, como se denominó el ferrocarril, tuvo un desarrollo bastante gradual. En 1827, llegó el primer tramo de 23 km en el que los vagones eran tirados por caballos, pasando por los comienzos del siglo XX, cuando finalmente las locomotoras transportaron a todo vapor a los viajeros por los setenta mil kilómetros de rieles que atraviesan Francia, hasta alcanzar, en los años treinta, los 200 kilómetros por hora. La suerte estaba echada.

El automóvil, creado en 1769 por el francés Cugnot, se desarrolló también en varias etapas. El primero, a vapor, tuvo que esperar hasta 1880 para que apareciera el motor a explosión, que resultaba ser más práctico, lo que permitió que la tecnología sedujera un mayor número de personas. Sin embargo, los primeros autos circulaban a la misma velocidad del caballo y era imposible frenarlos rápidamente en una red bastante inadecuada de carreteras. Para que el vehículo finalmente reemplazara al caballo, fue necesario superar el miedo a la máquina, las dificultades para conducirla, el invento de los neumáticos y la mejora de las carreteras.

Con distintos grados de visión hacia el futuro del caballo, muchos autores intuyeron la gran revolución que iba a generar este cambio social.

Podemos citar el apasionado clamor de la señora Dorian en la introducción de las noticias de 1899: “ Te reemplazarán con la ridícula y utilitaria bicicleta, el horrible y apestoso automóvil, el hierro y el petróleo; ellos ocuparán los caminos en su oscuridad y pesantez y atravesarán los campos donde tú eras alegría, un rayo, un destello de soberbio orgullo”, y luego “A partir de ahora, para él cesarán las labores brutales y bestiales; se liberará de los pesados arneses del arado; se apartará de las tareas inferiores y asesinas; desde ahora y por siempre pertenecerá a quienes guardan en su corazón el amor por las cosas bellas y la fidelidad por las tradiciones artísticas y aristocráticas”.

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