
Los últimos caballos de L'Hotte
El General L'Hotte (1823-1904) había ordenado en su testamento “Quiero salvar de la degradación a mis tres caballos, Glorieux, Domfront e Insensé. Que los maten de inmediato con una bala de revólver”. Sus herederos, sus sobrinos Arthur L'Hotte y Henri de Conigliano, respetaron su voluntad.
Su obituario, publicado en la edición del 21 de febrero de 1904 del Sport Universel Illustré, confirma lo que sucedió con los caballos del Gran Escudero.
El capitán Choppin justificó de la siguiente manera sus macabros últimos deseos: “Antes de exhalar su último aliento, el Señor General L'Hotte expresó formalmente su deseo de que los dos caballos (*sic -tres) que montaba antes de quedar postrado en la cama, dejaran de ser montados tras su muerte. Es evidente que este escudero fuera de línea tenía miedo de ver a estas soberbias bestias caer en manos extranjeras, la cuales las habrían tratado como vulgares mercancías. El sentimiento que guiaba al General era, pues, muy humano y al matarlo ¿sus herederos querían utilizarlos para la ciencia hipológica donando sus esqueletos al anfiteatro de Saumur?”
Este apego provocado por la “relación simbiótica” entre jinete y caballo más allá de la muerte plantea interrogantes. Recuerda el recurso narrativo utilizado por Paul Morand en su famosa novela Milady cuando da vida a los vínculos entre el comandante Gardefort y su yegua. Puede ser la fuente de antiguas prácticas funerarias de la Alta Edad Media que arqueólogos, antropólogos y etnólogos estudian durante las excavaciones en tumbas que mezclan caballos y humanos. Afortunadamente, esta tradición quedó obsoleta.
Se pueden encontrar más detalles en el epílogo de las memorias del general publicadas de forma póstuma. Esta relación fascinó a los conocedores: “Cuando ingresó al cuadro de reserva, el General L'Hotte había llevado consigo tres caballos: Glorieux, Domfront e Insensé. Los montaba todos los días en una especie de pequeño picadero, el cual había sido construido detrás de su casa. A veces invitaba a algunos amigos, oficiales de la guarnición, a asistir a su trabajo. Muchos jinetes solicitaron este favor e hicieron la peregrinación a Luneville, desde París, Saumur y hasta del extranjero, para ver al viejo escudero ejecutar la obra más brillante y erudita con sus caballos, obteniendo de ellos esa suprema ligereza que había sido su constante objetivo, y “sin que el espectador más atento pudiera percibir un solo movimiento de sus ayudas”.”
Hasta la dolorosa experiencia cuando tuvo que colgar sus botas “[...] En el mes de octubre de 1902, el General L'Hotte sintió los primeros ataques de la dolorosa enfermedad que le iba a costar la vida. Tuvo que dejar de montar a caballo, lo cual para él fue una amarga tristeza. Todos los días soltaban a sus caballos sucesivamente en su pequeño picadero, y desde un balcón, seguía con ojos melancólicos la libre gracia de sus movimientos. Y esta terrible conclusión “[...] Siguiendo un deseo que había expresado durante su vida, sus tres caballos fueron sacrificados después de su muerte. Nadie debía montarlos después de él, y él les libró de la decadencia. Están enterrados detrás del muro del cementerio de Lunéville, no lejos del lugar donde está enterrado el hombre que los amó.”
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