Los caballos de Kessel
¿Qué pueden tener en común la bonita Séverine, el moreno Ouroz y el robusto Igricheff?
En primer lugar, todos estos personajes emblemáticos surgieron de la imaginación del deslumbrante escritor Joseph Kessel (1898-1979). Luego, el escritor se encargó de pintar sus retratos utilizando a los caballos como espejos que revelaban su psique más profunda. Supo inculcar en la heroína de Belle de Jour (1928) el gusto por dejarse llevar frente a los riesgos, cuando la dulce Séverine se lanza en ski-joering tirado por un caballo; en Les Cavaliers (1967) la determinación absoluta de Ouroz su tchopendoz, embarcado en una loca travesía sobre su fiel Jehol; o en Fortune Carrée (1930), una pasión tortuosa y mortal en Igricheff, cuando Kirkhize, el bastardo con corazón de piedra, se pasea sobre su semental árabe Chaïtane: “Ahora que tenía al diablo entre sus muslos de hierro, iba a suceder algo que él no sabía, pero que prolongaría la guerra, las estepas, el viento. Él se apoyó más cerca del cuello de Chaïtane”.
Ávido viajero, reportero a largo plazo y hombre de excesos, Kessel ofrece toda una obra de ficción alimentada por su propia experiencia. Una de las últimas, Les Cavaliers, una novela épica como ninguna, ha hechizado a más de un lector inculcándole el gusto por los viajes y el deseo absoluto de ir a descubrir los paisajes de Afganistán. Hay algo gigantesco cuando aparece la magia de la lectura. En unas pocas páginas, nos dejamos atrapar por la aventura, transportar a esa tierra a la vez árida y resplandeciente, respirando polvo, galopando sobre un caballo brioso, atrapando el cuerpo de una cabra con el brazo extendido, girando con orgullo en el corazón de un partido de Buzkachi.
Las páginas se saborean hasta el punto de resultar doloroso dejar herido al héroe Ouroz, solo, en un pequeño camino de montaña, orgulloso como Artaban sobre su caballo Jehol, frente a una caravana de pastunes armados hasta los dientes, coloreados como en un cuento de Las mil y una noches; huele a enfrentamiento, a incienso, a henna, a pelo de camello mojado y a sudor de caballo, todo mezclado... ¡Un verdadero péplum! Nos preguntamos ¿la película para cuándo? Sin embargo, hay una de 1971 con Omar Sharif, a quien podemos imaginar fácilmente cabalgando por la estepa con la sonrisa de un lobo en la comisura de los labios. No obstante, nada reemplaza la imaginación del lector.
Como todos los libros de Kessel, Les Cavaliers tiene su lado vívido de los reportajes que el talentoso narrador hizo por todo el país a mediados de la década de 1950. Se había llevado consigo a Pierre Schœndœrffer, quien aún no era cineasta, y estaba recién liberado de las cárceles de Ho Chi Minh. El resultado fue una película, codirigida con Jacques Dupont, La passe du diable, la cual se estrenó en los cines en 1956. Ouroz, Toursène y algunos otros ya están ahí en ese escenario que el gran “Jef” ha dedicado al Bouzkachi “el gran juego salvaje y magnífico de las estepas”. La serie de reportajes apareció por primera vez en France-soir (“J'ai fait tourner les fils de Genghis Khan” (“Hice filmar a los hijos de Genghis Khan”), luego, en 1969, reunidos bajo el título Le jeu du roi, donde descubrimos la fascinación de Kessel por ese país y la génesis de su novela.
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