Un bello ensayo desenfrenado!

Si hubiera nacido en Francia, y no en la sala de maternidad de las Hermanas de la Misericordia en Montreal, el 17 de abril de aquel loco año de 1968, talvez habríamos hablado del síndrome del “sesenta-octogenario” para tratar de explicar la increíble carrera de Eric Lamaze, superdotado para el salto ecuestre moderno. Un viaje hecho de grandes altibajos; un recorrido de vida, como los que siempre dibujó con increíble talento en los terrenos más bellos del mundo del “salto”, es decir a una velocidad desenfrenada, sin “reiniciar”, como decimos en la jerga ecuestre.

Éric Lamaze siempre ha sabido encontrar la energía para recuperarse, de los golpes de genio, como el que lo llevó al escalafón más alto del podio olímpico en los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, hasta de los golpes del destino, como la pérdida, tres años después, el 6 de noviembre de 2011 en Verona, de su magnífico compañero de fortuna, el famoso semental Hickstead. Pero ahora, el chico de Quebec, de más de cincuenta años, se enfrenta al único reto real que importa ¡vivir! Aquejado de un tumor cerebral desde hace cerca de seis años, trabaja en ello, con el carácter escurridizo que Kamel Boudra ha tratado captar en Gagner pour survivre (Ganar para sobrevivir), a través de encuentros tan numerosos como los que puede tener un comentarista de deportes ecuestres en televisión, a veces escasos en intensidad e intimidad. Un muy bello ensayo.

XL

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