La auto-edición, una antigua receta

La reanudación de actividades literarias 2018 se vio sacudida por la presencia de un libro auto-editado en la primera selección del prestigioso premio Renaudot. Esta noticia desencadenó la ira de libreros que han visto esa opción como una señal inquietante para el futuro del mundo del libro. La profesión teme una producción de contenidos que se haría sin editor y su difusión sin librerías: esta obra, además de ser auto-editada, se difundía en exclusiva en una plataforma americana en línea. El título desapareció desde la segunda publicación de listas, sin que se supiera si la razón de dicho retiro estaba ligada a la polémica o a la calidad intrínseca del escrito.

La auto-edición no siempre tuvo mala prensa. No era raro que en el Siglo XIX un autor publicara él mismo sus textos. El caballista Francois Baucher posiblemente fue quien financió y garantizó la difusión de la segunda versión corregida y aumentada de su Diccionario (París, donde el autor, 1851). En esta época, la cantidad de editores no era tan extensa como ahora. En el caso de este jinete, la venta directa de libros a sus alumnos era tan solo más eficaz y rentable.

Cuando el deportista, criador y amante de los caballos inglés, Charles-James Apperley, quiso editar en francés su libro Nomrod, o el Aficionado a los Caballos de Carreras , (París, 1838), lo hizo por sus propios medios y su libro se podía encontrar también disponible en la librería de Arthus Bertrand. Y la historia quedó con un palmo de narices ya que el libro auto-editado por este Lord inglés es ávidamente perseguido en la actualidad por los coleccionistas.

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