El Testamento exhumado de Guy Thibault
Una gran primicia que sigue siendo de actualidad 20 años después.
La temporada de carreras... ¿Realmente las carreras de caballos tienen una temporada? Por supuesto que no. Solo hay picos y valles! El encuentro de Deauville apenas ha terminado, cuando los hipódromos parisinos de galope vuelven a abrir sus puertas, Auteuil para los obstáculos y Longchamp para las carreras planas. Se espera que en unas semanas, la flor y nata de la selección de purasangre de los cinco continentes de nuestro planeta se enfrente en el Arco del Triunfo de Qatar (5 de octubre). Más de un siglo después de la primera edición (1920), los míticos 2400 metros, los cuales hay que recorrer en el hipódromo del Bosque de Boloña, consagrarán una suma de energía, de conocimientos, de talentos, de dedicación, de dinero, de pasión... casi nos sentimos tentados de escribir “de amor” inconmensurable.
Antes que nosotros muchos otros lo han señalado, han dedicado su vida a la causa, a su estudio, a su defensa, y también a sus ventajas y a su futuro. Guy Thibault entre ellos. Apasionado por el conocimiento sobre la cría de caballos purasangre, sus linajes, fue corredor de apuestas; también fue periodista, pero sobre todo un auténtico historiador de las carreras, publicó más de quince obras sobre el tema, todas ellas más documentadas que ninguna otra en la fecha de su publicación, sobre cualquier tema escogido. Guy Thibault nos dejó en 2005, a la edad de 85 años. Hace veinte años.
El testigo, el experto, dejó una obra trascendental sobre las carreras de galope. Un trabajador incansable. Ahora que el sector vuelve a estar agitado, para nosotros es una oportunidad para recordar que la historia se repite... Que siempre ha sido así.

Es posible recordar su trayectoria gracias al número especial que el diario en línea Jour de Galop , lanzado por Mayeul Caire en 2007, le dedicó al día siguiente de su fallecimiento, el 25 de marzo de ese año. Su biografía, más de tres páginas, las cuales les dejamos descubrir haciendo clic en el siguiente enlace Hommage à Guy Thibault (Homenaje a GT), con el permiso del editor. Honestamente, nosotros no lo haríamos mejor. Su bibliografía, es posible consultarla también, por ejemplo una buena parte de su fondo, en la página web de la bibliothèque des Franciscaines de Deauville (biblioteca de las Franciscanas de Deauville).
Pero, lo que más nos llamó la atención en ese número 2686 fue el texto inédito, exclusivo, que el > Jour de Galop publicó en la página 5 . Una página completa, la cual les proponemos redescubrir más adelante, in extenso, en su formato original, el de la maqueta del J de G de entonces.
Mayeul Caire lo presenta como “un testamento” y comienza su homenaje con un proverbio africano que reza que “cuando un hombre muere, una biblioteca arde”. De hecho, ha desenterrado un pequeño tesoro y, sobre todo, en lo que nos concierne a todos y nos preocupa ante las críticas sobre el placer que nos produce divertirnos a costa y en detrimento de los caballos, un buen argumento, especialmente en lo que se refiere a la explotación de los caballos de carreras y, en particular, de los purasangres “explotados” desde los dos años (para las carreras en pista llana). Y para ello cita a Dominique Giniaux , fallecido un año antes que él a la edad de 60 años, veterinario y osteópata equino, promotor incansable de ese nuevo conocimiento y de su “técnica”, la cual defiende lo que parecía indefendible: ¡las carreras de potros de dos años! En 1995, diez años antes, cuando presentó al purasangre en un artículo de Paris Turf titulado ¿Ha dicho puro?, de una manera en la que nunca habíamos pensado: «Este animal es fundamentalmente diferente a los demás caballos. [...] El purasangre recibe bien su nombre puesto que se le deja puro, y es acertado hacerlo correr joven, puesto que es el juego al que se dedica naturalmente a esa edad.
No le enseñamos nada. Lo dejamos “puro” y veremos más adelante que esto conlleva a lo que sería un gran inconveniente en las otras disciplinas. A veces corre a los 2 años, luego a los 3 y 4, a veces incluso a los 5 y rara vez a los 6 o más. Las almas sensibles notarán con horror que la carrera termina antes de que el caballo joven sea adulto.
Está muy bien así, no puede hacerse de otra manera: de hecho, llega un día en que ya no quiere estar a la cabeza al final de los 4 o 5 años. No es porque esté harto, simplemente es porque ya no es un niño. Lo hemos dejado realmente puro, no le hemos enseñado nada, lo dejamos hacer lo que instintivamente habría hecho en la naturaleza... y el instinto hace que un día piense en la reproducción y entonces que su lugar está detrás del grupo. [...] Por lo tanto, las carreras clásicas de llano permiten una selección comparable a la selección natural de los caballos salvajes. Ciertamente no son los mismos caballos, pero los criterios de acceso a la reproducción, son los mismos que en la naturaleza. [...].
Admitámoslo, es una explicación sin tapujos, en la cual nunca habíamos pensado. De hecho, las carreras de caballos podrían considerarse como lo que podríamos llamar selección natural. No es el hombre quien “empuja” al potro, él solo lo cuida, le permite expresar su aptitud, su gusto natural, primario.
Es sin duda un buen argumento; bastante sólido.
En cambio, el desarrollo dedicado a todas las demás prácticas hípicas (carreras) o ecuestres (deporte) es menos pertinente, menos “práctico”, para justificar la validez de estas últimas frente a las críticas de los detractores inevitables.
“En las otras disciplinas (trote, obstáculos, concurso hípico, adiestramiento), el hombre le enseña realmente cosas al potro, le enseña comportamientos y reflejos, los cuales no tendría en la naturaleza. Por lo tanto, ese “trabajo” aprendido se disocia del instinto del animal. Rompemos su instinto, modificamos en parte su personalidad. Entonces ese comportamiento artificial puede durar toda la vida, incluso en la edad adulta. Por lo tanto, eso explica que un caballo pueda conservar el deseo de hacer bien su trabajo y de ganar, incluso cuando se ha convertido en reproductor. [...]”
Efectivamente, solo hay un credo para el cual ese “trabajo”, que no es natural para el caballo (pero, en el fondo, lo es para el hombre en todos los ámbitos de su existencia), sea aceptable a los ojos de terceros tan inocentes como incrédulos: la educación. Una sola regla: inculcar, exigir a los practicantes una ética y unos valores basados en el respeto al caballo, única actitud, como Guy Thibault y Dominique Giniaux también lo evocan a su manera, para que dé lo mejor de sí mismo y le proporcione al hombre con quien comparte su vida, la satisfacción o, al menos, la sensación de un “placer” compartido.
Xavier Libbrecht





